Un recorrido por el centro
turístico de Santa Marta
Guardianes de la Bahía
Por Lorena López
Miles
de turistas visitan anualmente una de las creaciones más destacadas del
escultor Héctor Lombana. Lo que extranjeros y demás colombianos reconocemos
como arte, para el ciudadano samario dichas obras no son más que un escaparate
hacia una cultura desconocida.
En la cara norte de la
Sierra Nevada de Santa Marta (Magdalena), habita una de las etnias más
reconocidas del mundo, los tayronas, quienes entre mestizos, zambos y “puros”
suman unas cuantas miles de personas.
Siendo los tayronas un
misterio para los turistas, en el año 1.993 llega a Santa Marta y a su bahía,
la más bella de América, el señor Héctor Lombana quien respondiendo al llamado
del aquél entonces alcalde de la ciudad, Hugo Gnecco Arregocés, nutre de arte y
cultura la ciudad creando seis esculturas que iluminadas por focos observan el
día a día desde la carrera primera con calle 22.
La bahía samaria es el escenario
de las estrellas, y no hablo de Radamel Falcao, el “Pibe” Valderrama o Carlos
Vives, se trata de las que personalmente llamo “Los Guardianes de la Bahía”.
Son seis magníficas esculturas trabajadas en fibra de vidrio con cuerpos que
envidiarían Pamela Anderson y David Hasselhoff. Son los tayronas estilizados
hasta tal punto que ni ellos mismos se reconocen y, ¿cómo hacerlo? Cuando de la
noche a la mañana tienen veinte centímetros más de lo normal y desarrollan
gloriosos pectorales y firmes pechos nunca antes vistos en sus tribus.
Cabe resaltar que desde la
primera hasta la última escultura, Lombana logra representar en ellas tan
gráficamente como es posible, expresiones en las que no solo un tayrona puede
verse plasmado. Cualquier ser humano puede hacerlo.
Desde la simple y nativa
conexión que existe entre un hombre y una mujer o un hombre y un ser supremo,
hasta el contacto físico. Cualquier emoción puede vislumbrarse en un trabajo
tan detallado como el del maestro Lombana.
Amantes
Tayronas
Fijando la vista hacia la
sierra nevada, el amante tayrona y su pareja son quienes dan la bienvenida a
los transeúntes samarios y turistas desde su habitual glorieta. Ella,
descansando a sus pies como muestra de, ¿Por qué no? Sumisión, y él, en su
magnífica desnudez e imponente posición deja claro una vez más que, aparte de
tener mejor figura que David Hasselhoff, representa la fortaleza de su propia
cultura indígena.
No existen preferencias,
excepto con esta obra. Con el paso del tiempo y los incesantes rayos del sol,
los Amantes tayronas fueron perdiendo lo que se creía una inagotable fuente de
fortaleza y en el año 2.008 se hizo necesaria la presencia de su creador,
Héctor Lombana, quien ya contaba ochenta y seis primaveras en su vida e
ignorando los característicos achaques de su edad asistió a los principales
guardianes de la bahía samaria.
Lombana dio su vida por
ellos. El 18 de octubre del mismo año muere en el taxi de Víctor Manigua por un
ataque cardiorespiratorio. Los químicos utilizados para la restauración de sus
esculturas agravaron sus ataques de asma y le llevaron a la muerte. Desde
entonces, los tayronas no han sido visitados por un nuevo restaurador.
El
Cacique
Continuando el camino que
marca la bahía, aparece en escena, pero con un fondo distinto el amante, el
cacique tayrona que ya no es adornado por su amada ni la urbe samaria, lo
adorna el mar, ese que el mismo protege en posición dominante. Lo adornan
palmeras que protegen su nocivo material del sol. Lo adorna “Beto” Contreras
que de nueve a diez de la noche ubica su punto de venta bajo su sombra
“aprovechando” a los turistas.
Desde el chicle de
quinientos pesos hasta la manilla para la buena suerte traída directamente
desde la Sierra Nevada de Santa Marta, cualquier producto es bueno para vender
bajo la protección del líder y protector.
Princesa
Kogui
Siendo tercera en la fila
pero no por ello menos importante, la mujer tayrona reposa en absoluto silencio
desde hace años en medio de la bahía. Lombana representa en su creación a la
guardiana kogui desconocida, la que desnuda, para sentirse más cómoda, llevaba
las labores de su hogar con la misma entereza que usted y yo vemos en nuestras madres
y abuelas, la que encarna la fuerza y valentía de la mujer en el mundo e
inmortaliza la belleza femenina en formas redondas recordando obras de Botero.
Con el tiempo se ha hecho
mucho más sencillo ver indígenas hombres que mujeres pues aun se mantienen costumbres
irremplazables. Cuando es necesario los hombres bajan de la sierra mientras sus
mujeres esperan en el hogar, lo que no impide que la princesa kogui de la bahía
sea observada por miles de turistas al año.
Danza
sol, danza luna
En la carrera primera, una
mujer da la espalda a los transeúntes y en ella son más claras que nunca las
proporciones exageradas que el escultor identificó en los tayronas.
Aun siendo una reproducción
exagerada de lo que hoy podemos conocer como “mujer tayrona”, esta representa
danzas que en épocas remotas servían de cortejo, la princesa Kogui deja su
habitual posición subordinada para ser el centro de atención en medio de sus
líderes caciques y evoca aquella conexión de la que hablábamos, ese enlace
entre la mujer y el mundo.
Poder
José Luis Villafañe,
representante de la juventud tayrona, lleva con orgullo la marca en su sangre,
la distinción indígena que hoy le permite gozar de una beca universitaria en
una de las mejores universidades de Colombia.
Villafañe reconoce que es
gracias al papel que juega en la sociedad, como indígena, que obtiene los
beneficios económicos necesarios para estudiar Derecho, y no se avergüenza de
ello, toma su carrera como un avance para su cultura, la oportunidad que sus dioses
le brindan para ayudar a su comunidad.
Mientras José Luis pasea por
la bahía que le ha visto crecer observa al tayrona que desde su podio, con
actitud relajada, es iluminado por un halo de poder, y a diferencia de muchos
otros compañeros indígenas, se siente realmente halagado. “Aunque sea difícil
encontrar un tayrona con dichas proporciones físicas, es un honor ser
reconocidos y retratados en esculturas como hombres y mujeres poderosos(as)”,
afirma Villafañe haciendo referencia a su musculoso amigo.
Exterminio
de españoles
En un recorrido caluroso
pero provechoso, como una luz al final del túnel, el maestro Lombana logra una
representación brillante basada en textos de historia, o tal vez testimonios de
caciques conocedores de cada uno de los pasos dados por su comunidad. Allí
mismo el sacrificado escultor dio vida a los que han sido probablemente dos de
los tayronas más importantes, quienes libraron una batalla independentista en
contra del tercer protagonista, el español.
Probablemente, si Lombana estuviese
vivo, haría una segunda restauración, no solo daría vida a dos de los guerreros,
en su lugar plasmaría en aquel altar iluminado a todos esos indígenas que
murieron por la libertad de sus tribus, que sobre el año 1.600 expulsaron sin
piedad de sus territorios a los conquistadores españoles y que, sin ningún tipo
de soporte, se convirtieron en una de las pocas civilizaciones indígenas que
sobrevivieron al mundo moderno.
No importa cuántos se
sientan identificados o no, lo que realmente cobra sentido en esta historia
hecha arte es la realidad que Hector Lombana quiso transmitir, sus intenciones
de llenar un espacio vacío, de aportar un grano de arena para hacer de Santa
Marta lo que es hoy en día: cultura, arte, pasión Caribe.
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