La historia de un pueblo
que ama sus costumbres
Tradiciones pescadas
Por: Vanessa Redondo
La vigencia
histórica de las prácticas ancestrales autóctonas asegura un sentido de
pertenencia entre la comunidad, que es necesario para el desarrollo social de
la misma.
La pesca artesanal
es una de las tradiciones más significativas de la identidad Caribe, y sin
embargo, ocultada por la luminosidad de las nuevas tecnologías y la modernidad,
parece ser una costumbre ahogada en el fondo del mismo mar en la que se
desarrolla.
Esta tradición
por cientos de años dio de comer a nuestros antepasados. Hoy en día sigue
vigente en medio de una comunidad que resguardada por montañas aún conserva en
su cotidianidad estas prácticas que estructuran su cultura.
Taganga además
de ser un destino turístico predilecto por extranjeros y locales, es también
cuna de cultura, valores y tradición.
Taganga
Taganga es una
comunidad a quince minutos de Santa Marta, situada frente al mar, que
tradicionalmente ha sido la casa de familias que obtienen su sustento económico
a través de la pesca.
El pueblo conserva
instituciones sociales de antaño; como la Junta de Padres de Familia, hoy
Cabildo abierto, la Corporación de Chinchorreros Pescadores, fundada antes de
1873, instituciones económicas como la pesca artesanal e instituciones
culturales como el sorteo de los ancones, al pueblo se le segregó el territorio
del Parque Nacional Tayrona, y su actual territorio está intervenido por toda
clase de intereses económicos, dificultando el control sobre los recursos
culturales.
El historiador taganguero
Ariel Daniels, coincide en afirmar que ‘’Taganga es un pueblo de pescadores que
encontró Rodrigo Galván de las Bastidas cuando llegó’’. Además explica que la
tendencia naturalista y rural del pueblo, está muy relacionada con la acepción
que se tiene del nombre ‘Taganga’, ya que para los indígenas arhuacos significa
‘madre’.
En la cultura popular se cree
que su nombre proviene de la palabra indígenas ‘’TA’’ que significa entrante y
‘’GANGA’’ que significa mar, lo que traduciría entrada de mar, lo cual no está
muy desprovisto de la realidad ya que si se observa desde la carretera que lo
une con la urbe, parece ser un tesoro resguardado con bastas y verdes árboles
que acogen entre sí un hermoso y azul mar,
que parece querer estar a los pies de las montañas.
Memorias
Hortencia Cantillo, taganguera
de 93 años, recuerda con nostalgia y precisión, las memorias de sus días
jóvenes que transcurrieron en el mar, ella, mujer parida para romper las
reglas, ha sido una de las pocas representantes del género femenino que pueden
decir que han vivido en carne propia la experiencia de la faena pesquera.
Esposa de Samuel Mattos,
profesor de profesión y pescador por tradición, siempre se caracterizó por ser
un hombre de pensamiento liberal y moderno con respecto a su época, creía en la
fuerza productiva de las mujeres y en su capacidad de ser independientes
económicamente, razón por la cual, cuando a sus 15 años conoció a la que sería
en el futuro su esposa, y unida a ella con un lazo de amistad que unía a sus
respectivas familias, un día de mayo decidió embarcarla a ella y a sus hermanas
en el bongo de su familia y mostrarles lo que hacían los hombres para conseguir
el sustento de sus hogares.
‘’A mis hermanas no les
gustaba mucho la invitación, el calor, la insolación, la espera y la fuerza
eran tareas exclusivas del hombre cuando pescaba, ellas se quejaban de todo,
pero a mí sí me gustaba, porque además de amar el mar, el ancón de Granate era
una de mis playas preferidas, y ¡cómo se veían los peces ahí! Era un agua
clarita, clarita, no había nada de turistas ni barcos muy grandes, en los tiempos
de antes el trabajo del pescador era más fácil, la vida era más barata y no
había tantos aparatos raros que dañan las playas. Antes la gente no contaminaba
como ahora’’
Las palabras de la señora
Hortencia reiteran de alguna forma aquel dicho popular que dice que todo pasado
fue mejor, porque aunque Taganga parezca ser un lugar remoto y alejado de las
grandes ciudades cosmopolita, no se encuentra exenta de la realidad del mundo
actual y hasta en pueblos con tanto peso cultural e histórico, resulta
imposible que las tradiciones no se encuentren permeadas por la globalización.
El origen
La pesca
artesanal es un tipo de actividad pesquera que se realiza a partir de técnicas
tradicionales con poco o nada de herramientas tecnológicas.
Esta se
realiza en regiones poco desarrolladas y sirve básicamente para el autoconsumo
y el desarrollo de la microeconomía de la zona.
La ciudad de
Santa Marta, reconocida mundialmente por la diversidad de playas que tiene bajo
su potestad, tales como las del balneario del Rodadero, el Parque Tayrona,
Pozos Colorados, los Cocos, Salguero y Taganga, se ha valido de la explotación
de bellos paisajes y cristalinos mares para su consolidación en el mercado
turístico, razón por la cual, los proyectos destinados al mejoramiento
ecológico y estético de estas zonas están enfocadas para el desarrollo
turístico y económico, más que para el pesquero y social.
Es innegable
que el turismo es una fuente económica principal para este corregimiento
ubicado a las afueras de la urbe samaria, la práctica de la pesca no es
indiferente para los tagangueros, ya que históricamente esta ha sido la base de
su alimentación y empleo para los nativos cuya labor ha sido dada de generación
en generación.
El misterio detrás del arte
El pescador se
levanta cuando aún el sol no ha salido, y armado con su mochila y su
experiencia, se reúne con sus compañeros y juntos emprenden el viaje hasta el
ancón o playa donde previamente se ha echado el chinchorro (hamaca tejida de
cordeles que se emplea para pescar).
La embarcación
muchas veces es un bongo, que tiene tantos o más años que los pescadores que la
manejan, y guiados por una lámpara y la costumbre, llegan a ese pedazo de
tierra, bañado por mar virgen, que se encuentra desligado de todo contacto con
el mundo moderno y sus curiosos visitantes.
Es una
práctica que requiere de valor y paciencia. Saber la forma y la zona dónde
echar el chinchorro, determinar si la profundidad es la ideal, percibir la
existencia o ausencia de sub corrientes marítimas que puedan atraer o alejar la
presa, precisar el momento indicado en el que retirar la trampa, establecer la
cantidad de hombres necesaria para sacarla y en fin, infinidad de pequeños
detalles que sólo han podido ser aprendidos por personas que desde su niñez han
estado cercanas a este oficio, y que aún en su vejez llevan con orgullo las
costumbres aprendidas de sus antepasados.
Los personajes
No tuvieron la
oportunidad de educarse en prestigiosas escuelas ni universidades, son de
vestir sencillo, de sonrisa afable, con manos ásperas y fuertes que son la
evidencia de años y años de trabajo.
El valor
humano que tienen los pescadores es imprescindible para entender el
funcionamiento de este arte. Son décadas de historias y testimonios
recopilados, noches a la intemperie, trabajos que empiezan antes que salga el
sol y memorias de una vida junto al mar, conservando las enseñanzas de una
técnica pesquera que es ancestral.
Las mujeres de
los pescadores también juegan un papel fundamental en esta historia, ya que son
ellas las encargadas de arreglar y vender el pescado. Son estas mujeres las que
se despiertan antes que empiece la faena para preparar los suministros de
comida que les darán la fuerza necesaria a sus maridos para irse a pescar, y
las que estarán esperando el momento en que deban ir a ayudar a sus maridos
para el conteo, distribución y venta del pescado.
La Asociación de
Chinchorreros de Taganga está encargado
del sorteo en el cual los ancones de pesca se distribuyen cada tres meses, entre los practicantes de este oficio, del
que se estima que hacen parte alrededor de 180 nativos.
Entre los
ancones más significativos se encuentran Genemaca, Sisiguaca, La Aguja,
Monoguaca y la Cueva.
La experiencia habla
Álvaro Peña
Cantillo, un hombre de 67 años de edad y nativo de Taganga, recuerda no sin
precisión todo lo que ha sido su experiencia en el mar, se formó como pescador
en la escuela de la vida y las tradiciones.
Desde los 17
años, con su tío Andrés y obligado por las carencias económicas que padecía su
familia, se adentró a esta experiencia que había sido el trabajo de la mayoría
de su familia.
Armado con un nailon,
un cabezal y cuatro anzuelos, salía muy temprano en la mañana con la esperanza
de volver a casa con una buena cantidad de pargos, machuelos, macabíes o
jureles que eran las especies de profundidad, por lo que el chinchorro
(herramienta utilizada para la actividad pesquera en las costas) resultaba
inútil.
La pesca era
suficiente para abastecer al pueblo, que carecía del título de destino
turístico del que goza actualmente, la carretera que la comunica con la ciudad
era muy precaria, y luego de alrededor de tres días dedicándose sólo a
pescar, y con lo recogido conservado en
una caja de madera con hielo que llevaban para sus faenas, finalmente y luego
de la distribuirlo entre ellos mismos, entregaban el pescado a las mujeres, que
luego de adecuarlo para la venta lo transportaban en camiones pequeños con
nombres sonoros y exóticos como la Gaitanilla, Tibisay o religiosos como
Rosario del Carmen o San Martín, cuyo
destino final era el mercado, donde era comercializado el pescado.
Los niños de la pesca
La tradición
pesquera parece ir perdiendo interés por los niños y jóvenes que se encuentran
más inclinados hacia un tipo de objetivos más audiovisuales y tecnológicos, sin
embargo, no es de extrañar que a pesar de la corta edad que posean, gente joven
se vea involucrada en el proceso de pesca artesanal, ya que debido en gran
parte a la carencia de oportunidades educativas y laborales, y ante la
necesidad imperiosa de realizar algún tipo de trabajo que sustente una
situación económica medianamente estable que sirva por lo menos para la
subsistencia, se involucran en una tradición que tiene más años de vida que
ellos, y armados con las facilidades físicas de su cuerpo joven, sirven de
apoyo para los viejos que aún ven en la pesca, más que un trabajo, un estilo de
vida.
Durante el
proceso los niños pueden realizar funciones pequeñas, tales como ayudar a
embarcar las provisiones que los respaldarán durante las horas de trabajo, o
ayudar a jalar el chinchorro cuando se estipula que es el momento, inclusive
los más pequeños pueden ser excelentes negociadores ya que parecen poseer una
perspicacia especial para determinar y convencer a sus posibles compradores.
Los más
grandes suelen realizar tareas con un poco de más complejidad, como el buceo o
careteo para verificar el estado del chinchorro o detectar la presencia de
algún tipo de corrientes submarinas, mientras que por otro lado, los más
experimentados son los encargados de aquellos pequeños detalles que hacen de
este trabajo todo un arte, tales como la ubicación correcta de la red, la
determinación de la hora indicada o la sinergia entre las dos puntas del ancón
que de alguna forma dictan el éxito o fracaso de todo el trabajo.
Las mujeres de
la venta
La tradición
pesquera no termina cuando los peces caen en la red. Por años, las mujeres han
desenvuelto un papel importante en todo este proceso, porque aunque en
excepcionales casos como el de la señora Hortencia Cantillo, muy pocas mujeres
se adentran en el mar para pescar, su labor está enfocada hacia la distribución
y venta del pescado, y es que por generación nativa las féminas heredaron algún
punto de venta comercial en el mercado público, que es el sitio esencial de
compras de gran parte de la comunidad samaria.
Allí, en medio
de regateos y ajetreo constante, tratan de estipular un precio justo que
compense de alguna manera todo el trabajo realizado por sus maridos, aunque las
personas al momento de la compra desconozcan que esas mujeres madrugaron a las
cuatro de la mañana para destripar y optimizar el pescado para la venta, y que
tuvieron que almacenarlos en unos precarios baldes que cargaron con la fuerza
de sus espaldas, para que fueran transportados en antiquísimos carros que no
circulaban con mucha regularidad en el pueblo debido a las precarias vías de
acceso, pero que resultaban de gran importancia y gozaban del afecto de todas
aquellas personas para los que eran
indispensables y necesarios.
Los nuevos tiempos
Actualmente
son casi inexistentes las poblaciones en las que aún se realiza esta actividad,
esta tradición recae en gran parte sobre los hombros de los más viejos, que
poco familiarizados con las nuevas tecnologías y modernidad, no emplean nuevas
herramientas para esto, y siguen confiando en sus chinchorros tejidos a mano,
sus sencillas embarcaciones y su experiencia.
En los ancones
de pesca, sin embargo, siempre se manifiesta la presencia de niños y jóvenes,
cuyas familias están involucradas con la tradición pesquera y que ya sea por
curiosidad u ociosidad, se implican en el trabajo, siempre con la intención de
aprender algo de los mayores, un nuevo aprendizaje que le sirva para tener qué
comer en momentos donde la situación económica es difícil, sin contar, que por
medio del valor cultural que tiene la tradición oral en las culturas caribeñas,
es una forma de conservar nuestra identidad.
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