Conociendo el sector comercial
La
Quinta, carrera de sobrevivencia
Por:
Andrea Gallardo
Vía principal de los samarios, vecina
de la bahía más linda de América y hogar de paso para muchos que andan
descalzos.
Un trayecto no muy largo de once calles conforma esta carrera que le da vida al comercio informal en la ciudad, donde reposan las cenizas de Bolívar; Libertador que a unas cuadras de distancia saluda a los paseantes de este atiborrado lugar.
Entre callejones coloridos similares al de una
plaza de mercar, los puestos de ventas abundan sin parar entre artículos de
bajo precio, reputación dudosa, el bullicio de las olas y el olor a mar, que opacan entre su corriente e improvisado
local a los grandes monstruos del área comercial. La carrera
Quinta se convierte en la vía principal para todo valeroso vendedor que
en su calle nunca querrá dejar de trabajar.
Con
más de doscientos puestos informales y centenares de visitas de una población que necesita y que disfruta,
no solo lo fácil que se satisfacen sus necesidades en el famoso rebusque de una ruta con el
ambiente a rincón samario, sino el sonar
de más de una canción, el olor del frito en cada calle con intenciones de un
glotón, la perfumada y cálida brisa que ventea los más de seis árboles en cada vía
paralela, ambientada por andenes agrietados que vociferan su edad. La Quinta se
transforma en el paseo de exposición más tradicional y público que los samarios
han de disfrutar.
Entre
las 8 y algunos cuantos minutos más de las horas de la mañana, hay cientos de
personajes caricaturesco con traza de
amabilidad y diseño de paciencia. Una vía en la que se compite sin parar donde
se mide la destreza del más persuasor, en el que cada gigante de atrás no se
deja intimidar del más pequeño puesto e ilegal lugar. La Quinta se transmuta en
una carrera de sobrevivencia.
Todo
inicia en la calle 22, número par que en su panorámica vista tiene una valla
grande con indicaciones explicitas de qué número impar o par no puede circular
por esta calle comercial.
Las
cotizas coloridas en vitrinas de comida centran tu atención al caminar por la
21, calle que trocada en minutos que es el tiempo que te gasta en ir y
regresar; porque las películas de la 20 te pueden impresionar , pues de tantos
paquetes se convierten en 19 segundos sin dejar de mirar, y son esos segundos
los que componen en nombre de la siguiente que entre 11 lugares no te dan
espacio de caminar sin contar aquellos que aún no abrían, igual que aquel
teatro en la 17 que todavía no terminan.
Acompañado
de una vista pintoresca y antigua de La Catedral, con bolardos de rústico
cemento y tamaño particular que no superan los 16 centímetros de la calle
popular, esa que le sigue y que huele a frutas de los más apetitosos jugos de
esta ciudad.
Confesiones de un vendedor legal
Entre
la 15 y los descuentos que duplican el tiempo de camino, Marta Ortega sale a
trabajar. En su frente cuelga el letrero de un banco que más que Davivienda lo
bautiza como su mina antipersonal, pues la lleva y la trae corta con su pesos
de ganancia diarios que suman los 80; con más de 18 años en ese lugar, y un
carnet que la acredita como propietaria de 4 tubos de hierro, un mesón y 100
pares de sandalias que esconde en cajas debajo de su dignidad.
En
la 14 se encuentra el famoso Celu-Star. Una amañada visitante que se posesionó
en la ciudad como la paisa Star, en donde las 13 vitrinas y un local comercial
del tamaño de un enorme y monumental negocio, cuyas ganancias han atraído a más
de quince vendedores durante los últimos 5 años. Vendedores que esta hermosa
tierra no vio nacer, pero que mantiene a más de un comerciante que el interior
del país despachó.
Entre
almacenes de telas y stands de
revistas, donde las portadas son niñas con peinados y uñas embarnecidas por
esmalte, hay una pequeña y minúscula repisa blanca con diarios de Colombia que
se resumen en informes del día.
Entre
los periódicos que abundan, se encuentran El
Informador, El Tiempo, El Heraldo y Hoy Diario del Magdalena; nombres que sintetizan
la ardua labor de don Carlos, que se dedica a informar todo el tiempo de su día
entre los carros y habitantes magdalenenses del diario transitar de la calle
13.
Dejando
atrás el famoso santo que en cada ciudad ha de estar, y por cariño le dicen
Andresito, te topas con las siete esteras tristes que en la calle 12 del Hotel
Costa Norte no han de asomar ni sus productos ni una pizca de luz artificial,
donde se destaca la compraventa de color naranja y el taller del oriente de muy
reservada atención.
A
falta de una, me quedan dos calles que saludar, y es la 11, la más opaca y
deshabitada de esta carrera de sobrevivencia. Me atrevo a juzgar que a estos
cotizados comerciantes no les gusta madrugar a excepción de dos compraventas
que no duermen nunca para ningún interesado de la plata y las prendas.
Culminando
el trayecto de ida me sorprendo con el carnaval de compras que se puede hacer.
Saludos te deja la Confitería y
Panadería, sonrisas te envía la droguería Universal y te despide J.Q y Almacén
007 que te viste a ti que compras, pero que se olvida de aquel pequeño
indigente con suéter rojo y bermuda rota que con la vista cerrada me suplica ¡Ayuda! Y
algo de comer.
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