martes, 25 de marzo de 2014

La Quinta, carrera de sobrevivencia

Conociendo el sector comercial

La Quinta, carrera de sobrevivencia
Por: Andrea Gallardo

Vía principal de los samarios, vecina de la bahía más linda de América y hogar de paso para muchos que andan descalzos.

Un trayecto no muy largo de once calles conforma esta carrera que le da vida al comercio informal en la ciudad, donde reposan las cenizas de  Bolívar; Libertador que a unas cuadras de distancia saluda a los paseantes de este atiborrado lugar.
Entre  callejones coloridos similares al de una plaza de mercar, los puestos de ventas abundan sin parar entre artículos de bajo precio, reputación dudosa, el bullicio de las olas y el olor a mar,  que opacan entre su corriente e improvisado local a los grandes monstruos del área comercial.  La carrera  Quinta se convierte en la vía principal para todo valeroso vendedor que en su calle nunca querrá dejar de trabajar.

Con más de doscientos puestos informales y centenares de  visitas  de una población que necesita y que disfruta, no solo lo fácil que se satisfacen sus necesidades  en el famoso rebusque de una ruta con el ambiente a rincón samario, sino  el sonar de más de una canción, el olor del frito en cada calle con intenciones de un glotón, la perfumada y cálida brisa que ventea los más de seis árboles en cada vía paralela, ambientada por andenes agrietados que vociferan su edad. La Quinta se transforma en el paseo de exposición más tradicional y público que los samarios han de disfrutar.

Entre las 8 y algunos cuantos minutos más de las horas de la mañana, hay cientos de personajes caricaturesco con traza  de amabilidad y diseño de paciencia. Una vía en la que se compite sin parar donde se mide la destreza del más persuasor, en el que cada gigante de atrás no se deja intimidar del más pequeño puesto e ilegal lugar. La Quinta se transmuta en una carrera de  sobrevivencia.

Todo inicia en la calle 22, número par que en su panorámica vista tiene una valla grande con indicaciones explicitas de qué número impar o par no puede circular por esta calle comercial.

Las cotizas coloridas en vitrinas de comida centran tu atención al caminar por la 21, calle que trocada en minutos que es el tiempo que te gasta en ir y regresar; porque las películas de la 20 te pueden impresionar , pues de tantos paquetes se convierten en 19 segundos sin dejar de mirar, y son esos segundos los que componen en nombre de la siguiente que entre 11 lugares no te dan espacio de caminar sin contar aquellos que aún no abrían, igual que aquel teatro en la 17 que todavía no terminan.

Acompañado de una vista pintoresca y antigua de La Catedral, con bolardos de rústico cemento y tamaño particular que no superan los 16 centímetros de la calle popular, esa que le sigue y que huele a frutas de los más apetitosos jugos de esta ciudad.

Confesiones de un vendedor legal

Entre la 15 y los descuentos que duplican el tiempo de camino, Marta Ortega sale a trabajar. En su frente cuelga el letrero de un banco que más que Davivienda lo bautiza como su mina antipersonal, pues la lleva y la trae corta con su pesos de ganancia diarios que suman los 80; con más de 18 años en ese lugar, y un carnet que la acredita como propietaria de 4 tubos de hierro, un mesón y 100 pares de sandalias que esconde en cajas debajo de su dignidad.

En la 14 se encuentra el famoso Celu-Star. Una amañada visitante que se posesionó en la ciudad como la paisa Star, en donde las 13 vitrinas y un local comercial del tamaño de un enorme y monumental negocio, cuyas ganancias han atraído a más de quince vendedores durante los últimos 5 años. Vendedores que esta hermosa tierra no vio nacer, pero que mantiene a más de un comerciante que el interior del país despachó.

Entre almacenes de telas y stands de revistas, donde las portadas son niñas con peinados y uñas embarnecidas por esmalte, hay una pequeña y minúscula repisa blanca con diarios de Colombia que se resumen en informes del día.

Entre los periódicos que abundan, se encuentran El  Informador, El Tiempo, El Heraldo y  Hoy Diario del Magdalena; nombres que sintetizan la ardua labor de don Carlos, que se dedica a informar todo el tiempo de su día entre los carros y habitantes magdalenenses del diario transitar de la calle 13.

Dejando atrás el famoso santo que en cada ciudad ha de estar, y por cariño le dicen Andresito, te topas con las siete esteras tristes que en la calle 12 del Hotel Costa Norte no han de asomar ni sus productos ni una pizca de luz artificial, donde se destaca la compraventa de color naranja y el taller del oriente de muy reservada atención.

A falta de una, me quedan dos calles que saludar, y es la 11, la más opaca y deshabitada de esta carrera de sobrevivencia. Me atrevo a juzgar que a estos cotizados comerciantes no les gusta madrugar a excepción de dos compraventas que no duermen nunca para ningún interesado de la plata y las prendas.


Culminando el trayecto de ida me sorprendo con el carnaval de compras que se puede hacer. Saludos te deja  la Confitería y Panadería, sonrisas te envía la droguería Universal y te despide J.Q y Almacén 007 que te viste a ti que compras, pero que se olvida de aquel pequeño indigente con suéter rojo y bermuda rota  que con la vista cerrada me suplica ¡Ayuda! Y algo de comer.                                                                   
Categories:

0 comentarios:

Publicar un comentario